Hoy se cumplen 162 años del nacimiento de Edvard Munch, una de las figuras más fascinantes y perturbadoras del arte moderno. Su obra, atravesada por el miedo, la fragilidad emocional y el duelo, abrió un territorio psicológico inexplorado para la pintura europea. En un momento en el que el impresionismo dominaba la escena, Munch eligió mirar hacia adentro: hacia esa zona sombría del ser humano donde conviven la ansiedad, la muerte y el deseo.
Su célebre pintura El grito se convirtió en un emblema universal del desasosiego moderno. Más que un cuadro, es un icono cultural que sintetiza la angustia existencial del siglo XX. Pero su legado va mucho más allá de esta imagen: Munch fue un pionero que renovó la forma de representar las emociones, y su influencia fue determinante en el nacimiento del Expresionismo alemán, movimiento que adoptó con fervor sus atmósferas densas y su lenguaje espiritual.
Nacido en Løten, Noruega, creció en un entorno marcado por la enfermedad, la muerte temprana de varios familiares y la severidad religiosa de su padre. Ese universo íntimo, cargado de dolor y contradicciones, se convertiría en una mina emocional para su producción artística. Munch comenzó estudiando ingeniería, pero pronto descubrió que su camino estaba en las artes visuales y en una exploración cada vez más intensa de su mundo interior.

A lo largo de su carrera desarrolló un estilo altamente personal: colores vibrantes, líneas ondulantes, figuras casi espectrales y una insistencia en los temas más incómodos de la condición humana. Su pintura no buscaba captar el mundo exterior, sino revelar la vida emocional que lo desbordaba. Para él, el arte era una forma de disección: no del cuerpo, sino del alma. De ahí que definiera obras como La niña enferma (1886) como sus primeras “pinturas del alma”, puertas de entrada a un lenguaje profundamente expresivo y alejado del naturalismo.
Munch llevó una vida marcada por la inestabilidad emocional, periodos de aislamiento, episodios de depresión y una fuerte dependencia al alcohol. Aun así, —o quizá por eso mismo— su producción alcanzó una fuerza simbólica sin precedentes. Su paso por un sanatorio a inicios del siglo XX no detuvo su creatividad; al contrario, lo condujo a una etapa de madurez donde su estilo alcanzó plena solidez.
Para el momento de su muerte, vivida en soledad pero también en reconocimiento, Edvard Munch ya era considerado el mayor pintor de Noruega y una figura clave para entender el rumbo del arte moderno. Su obra continúa interrogando al espectador, recordándonos que la vulnerabilidad humana, lejos de ocultarse, puede ser también una forma de belleza.
















Claudia Sheinbaum Pardo, presidenta de México. Gobierno de México. 

